LA única palabra con la que se puede definir la vida de José Miguel Fernández Pelegrina es intensa. Aquejado de esclerosis múltiple desde los 39 años, no sólo ha impartido clases a más de 40 promociones de malagueños, sino que ha estado, o está, al frente de más de una decena de asociaciones y colectivos de todo tipo y hasta fue senador durante siete años.
Sin embargo, poco podía intuir el hijo de los propietarios del cine Capitol, Palacio del Cine, Duque y Plus Ultra que su vida se iba a desarrollar por otros derroteros. Pese a sentirse identificado con el protagonista de la película 'Cinema Paradiso', el mundo del 'artisteo' no le llamaba mucho la atención, salvo en la mili, en la que gracias al grupo de teatro se libró de las instrucciones vespertinas. Su padre se «empeñó» en que fuera médico y, como era el único varón, tuvo que hacerle caso. «Menos mal que no seguí estudiando, porque hubiese sido un médico de risa», detalla. Al final optó por Magisterio y poco después puso en uno de los locales de su padre su primera academia. «Llegué a tener más de 300 alumnos y en ella ganaba más dinero que en un centro más grande», puntualiza.
Aun así, puso en marcha los colegios Lope de Vega, Alfonso X y el Europa, centros que siguen funcionando, aunque en la actualidad sólo es propietario del último. «Casi media Málaga ha pasado por mis centros, incluido Antonio Banderas, porque han sido casi 40 promociones de tres colegios». Por eso, es habitual que en cualquier sitio se encuentre con alguien que le llame Don José, como le pasó hace unos días en el hospital.
Uno de los momentos más duros de su vida le llegó jugando al tenis. Sobre la pista sintió algo extraño en su pierna. Unos días después le diagnosticaron esclerosis múltiple. Lo primero que hizo fue irse a la Enciclopedia Espasa. «Allí leí que la edad media de vida era de 5 a 7 años». Así, se declara «afortunado», ya que la enfermedad ha evolucionado de forma muy lenta. «La noticia me dejó destrozado y tuve una temporada muy mala pero, tras pasarme una Nochebuena encerrado en un dormitorio llorando, decidí que ya no iba a tener esclerosis». De hecho, es un hombre que nunca tira la toalla por mal que vengan las cosas.
Con muletas -ahora vive postrado en su silla de ruedas-, comenzó su labor para ayudar a los discapacitados, aunque sin olvidar sus tareas docentes. Hasta que un día recibió la llamada del PP para ir en las listas al Senado. «Nunca había pensado en dedicarme a la política, pero vi que así podría hacer cosas por la gente», recuerda. Esta fue una de las épocas más bonitas de su vida, pero la que más desilusiones le dio. «Creo que me pagaron muy mal, porque considero que la labor que hacía era buena y me cepillaron vilmente». Desde entonces tiene esa espinita clavada.
Pero Fernández Pelegrina no sería el mismo sin su familia, que durante todos estos años ha sido su mayor apoyo y orgullo. Dos de sus hijos han seguido sus pasos como maestros y su hija trabaja en la federación de discapacitados. Y, como buen abuelo, se le ilumina la cara hablando de sus nietos. «Una de ellas dice que quiere ser médico para poder curarme», comenta con una sonrisa de oreja a oreja. Por eso, uno de sus mejores momentos del día es la visita a sus nietos durante el recreo del colegio.
Mientras que las mañanas las dedica a las distintas asociaciones y colectivos a los que pertenece, las tardes las ocupa en la lectura y en preparar una novela sobre la vida de su abuelo, quien fuera teniente alcalde de Málaga y que estuvo condenado a muerte por ser del Partido Radical Republicano, aunque al final no lo fusilaron. Por el momento no tiene en mente escribir de su vida pese a que es todo un ejemplo a seguir: «Considero que no tiene interés».
Se considera un teórico de la cocina, ya que sigue muchos programas de este tipo, aunque casi no sabe freír ni un huevo. Además, es un un futbolista televisivo nato, porque prefiere seguir los partidos por la pequeña pantalla a ir al campo. Y eso mientras su teléfono le deje, puesto que la gente no para de llamarle para pedirle favores. «Sigo manteniendo buenos contactos y me gusta ayudar a la gente siempre que pueda», comenta.
No en vano, para él la amistad es sagrada. «Espero que me recuerden como una buena persona y, sobre todo, como un amigo». Ahora le van a poner una calle con su nombre en la zona de Soliva, lo que le hace mucha ilusión, «pese a que me dan miedo tantos homenajes y premios, ya que parece que es que voy cuesta abajo», recalca. Por ahora lo único que le interesa es seguir tendiendo su mano a los demás.
Fuente: diariosur.es